Hay quien dice que la primera impresión es la que cuenta. En muchas ocasiones esta forma de pensar se manifiesta en el trato que recibimos de determinadas personas.
El otro día acudí al cine con un amigo. Este cine está ubicado en un teatro del ayuntamiento donde, cómo no, trabajan los favoritos del gobierno de turno de la ciudad.
El caso es que mi amigo llevaba en la mano una bolsa de rosquillas, por cierto, bien cerradita. Sin embargo, parece ser que el "encargadillo" de turno de marcar las entradas no se percató de este detalle y hasta que no pusimos las rosquilletas fuera de su vista, no nos dejó pasar. Cabe destacar el tono grosero y amenazante que empleó con nosotros.
Supongo que el hombre se imaginó a mi colega masticando ruidosamente y esparciendo migas durante la proyección. Su gran imaginación estaba siendo víctima de las falsas apariencias, y su actuación puso de manifiesto el prejuicio.
Ocurre lo mismo cuando vas a pedir trabajo. Si una chica joven y delgada y una mujer de mediana edad y gorda reclaman el mismo puesto de cocinera, ¿a quién se lo darán?
También hay ancianos, que por el simple hecho de serlo, se premiten la impertinencia de comportarse con suprema mala educación. ¿Y al resto nos toca soportarlos?
Todo esto no hace más que poner de manifiesto la imbecilidad de mucha gente a la hora de hacer caso de las falsas apariencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario