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jueves, abril 30, 2009

EL RARO

Mentiría si dijese que muy a su pesar es un poco rarito. Así pues, hoy día lo considera toda una ventaja.
Sin embargo, hasta hace relativamente poco, no pensaba así.

Estos últimos años, el raro ha ido conociendo a gente, que como él, ha sido víctima del bulling. Son personas estupendas, educadas y excepcionales, personas de una época en que el acoso escolar era “cosa de crios”. Sin embargo, pese a su gran valía, casi todas, como el raro, tienen algún tipo de comportamiento totalmente disfuncional, que con el tiempo erradicarán.

Al raro se le ha discriminado por ser diferente, por distinguirse entre el resto, por ser un niño inteligente pero también pedante en su infantil inocencia. Se le ha atacado con el insulto o la crítica a su físico, cosa fácil, pues todos tenemos algún defecto que puede ser enaltecido mediante un mote casi nunca original.

Ha recibido empujones, escupitajos, papeles, codazos, y el constante rechazo del resto. Sí, ha pasado todo eso, pero ha sacado partido.

El raro ha vivido las relaciones paternas de manera conflictiva, y al mismo tiempo, ha sido enormemente dependiente de la opinión de sus padres. Ha buscado referentes paternos en sus parejas, mucho mayores que él, y ha fracasado.

Pero ahora el raro sabe que la soledad no es mala, y de eso, hasta que no creció un poco, no se dio cuenta. Sí, la soledad no es mala pero asusta, y a veces es porque tenemos miedo de quedarnos solos con nosotros mismos y descubrir qué o quién somos.

Creo que todos hemos llegado a creer alguna vez aquello que el resto nos decía, como el raro, creo que por eso, hemos tenido miedo de quedarnos solos. Pero si siempre existirá esa posibilidad de volver atrás y hallar una mala compañía, ¿por qué tanto temor entonces a la soledad?

No vale la pena ir demandando afectos con suma oralidad, como un bebé llorón que no se cansa de reclamar el pecho materno, no vale la pena porque nunca será suficiente aquello que se nos de o reconozca, no vale la pena porque tenemos primero que reconocernos nosotros.

Hemos de aprender a sentir qué somos, y no sentir lo que durante años nos han dicho que somos.

Y así, la situación del raro va cambiando y llega un día ya no le importa el comentario del acosador de turno, un día en el que deja de sustentar tu autoestima en sus resultados académicos o en la opinión de quien, en teoría, le quiere.

Y repentinamente se sientes solo, pero bien. Tan único, especial, independiente, capaz pero limitado a la vez.

No hace falta escapar de los problemas para que estos desaparezcan, porque adonde huyamos encontraremos otros nuevos. Es preferible cambiar de actitud para que dejen de ser eso, problemas. No es fácil, pero se puede, y el haber pasado por tantos baches, el haber sido un raro, digo yo que ayuda.

Tenemos que equivocarnos para aprender, no podemos hacer aquello que el resto nos diga, pues aunque se nos advierta, si no nos caemos y levantamos, no aprendemos.

Ánimo para aquel que ahora esté en el suelo.

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