Manheb, africano, dos años de edad: el zumbido atronador de las moscas revoloteando sobre sus ojos inunda sus oídos; y su vientre abultado, cubierto con unos míseros harapos, aúlla de dolor haciendo que el sonido retumbe por los recovecos vacíos de su estómago. El pequeño es sólo un afectado más de la crisis alimentaria en África, un tema que en el último año ha requerido demasiada atención.
El cuerno de África ha padecido este 2011 una de las peores hambrunas de su historia. Sus consecuencias: la muerte de miles de personas y más de 11 millones de afectados. Somalía fue la región más vapuleada. Pero parece que los pronósticos para el próximo año no son mejores. Durante la pasada semana varias ONG advirtieron de que Yemen y Sahel (África Occidental) podrían enfrentarse a una grave crisis alimentaria si no se actúa pronto, y el informe del mes de noviembre de la Unidad de Análisis de Nutrición y Seguridad Alimentaria de Somalía (FSNAU) estimó que unos tres millones de habitantes de Kenya, y unos 4,5 en Etiopía sufrieron la carencia de comida y el impacto de la sequía.
Las malas cosechas, el incremento del precio de los alimentos, y los conflictos políticos son algunas de las causas que refuerzan esta situación. ¿Pero cómo cambiarla?
La introducción de cultivos transgénicos podría ser una solución. El ADN de estos alimentos ha sido modificado por el hombre con la finalidad de obtener variadas ventajas como el aumento de la productividad agrícola, o la mayor resistencia de los alimentos a las inclemencias climatológicas. Disminuiría el uso de fertilizantes y herbicidas, y mejoraría la salud de los agricultores. También minaría las emisiones de gases por los insecticidas, la contaminación del suelo, y los daños a las especies animales que ingiriesen estos productos. Y tal vez un ahorro, eso sí, siempre que quienes invirtiesen en investigación fueran otros países con recursos suficientes para hacerlo, encargándose también de llevar las semillas a los estados en vías de desarrollo. Esto contribuiría a mantener la situación de dependencia del Tercer Mundo. Sin embargo, son más las ventajas que los inconvenientes, sobre todo teniendo en cuenta las previsiones de futuro.
Según la bióloga valenciana Mónica Alandete, directora del departamento de Análisis y Difusión Educativa en la Fundación PIPRA, en el año 2020 las dietas basadas en animales (transgénicos para piensos) aumentarán en un 58%, y en 2050 la demanda de alimentos se incrementará un 70%. También crecerá la de los biocombustibles elaborados mediante productos agrícolas. A las estimaciones hay que sumarles las consecuencias del cambio climático (que tiene una influencia negativa sobre el precio de los alimentos), y el incremento de los costes de producción. Los transgénicos paliarían estas necesidades, pero la realidad es que desde el año 2000 hasta la actualidad, la ODA (proporción oficial de ayudas y donaciones de gobiernos) para agricultura ha descendido notablemente.
Son muchos los países que han vetado la entrada de los transgénicos a su territorio. El 9 de diciembre lo hizo Perú, y de hecho España es el único país de la UE que tolera el cultivo de maíz transgénico en el ámbito comercial. Pero ¿por qué? Las falsas creencias sobre los riesgos para la salud de los consumidores o sobre la contaminación medioambiental son algunos de los motivos. “Pero lo cierto es que hasta la fecha no hay evidencias científicas probadas de que esto se así, y que existen métodos barrera para el problema de la polinización”, asegura Alandete. Ahora bien, cabe destacar que la investigación sobre alimentos transgénicos es relativamente reciente.
Otra de las reticencias es que los agricultores quedarían en manos de las multinacionales que comercian con las semillas transgénicas; y que al salirles más rentables este tipo de cultivo las variedades no transgénicas acabaran por desaparecer. En EUA el 90% de los agricultores ha adoptado los transgénicos, pero todavía es pronto para determinar las consecuencias.
Los alimentos modificados genéticamente suavizarían los niveles de hambruna en el mundo, sí, pero la tarea de llevarlos a los países sub-desarrollados no es fácil. En el caso de África, la desconfianza europea no ayuda a que los gobiernos confíen en ellos. Habría que apostar por informar adecuadamente desde las instituciones correspondientes, por abordar la cuestión desde otro punto de vista. Aunque sólo sea para evitar que, de nuevo, el miedo a un posible enriquecimiento de unas pocas empresas junto con el mal reparto de los recursos, vuelvan a ganarle la partida a la posibilidad de acabar con la muerte y las enfermedades de miles de personas.
El cuerno de África ha padecido este 2011 una de las peores hambrunas de su historia. Sus consecuencias: la muerte de miles de personas y más de 11 millones de afectados. Somalía fue la región más vapuleada. Pero parece que los pronósticos para el próximo año no son mejores. Durante la pasada semana varias ONG advirtieron de que Yemen y Sahel (África Occidental) podrían enfrentarse a una grave crisis alimentaria si no se actúa pronto, y el informe del mes de noviembre de la Unidad de Análisis de Nutrición y Seguridad Alimentaria de Somalía (FSNAU) estimó que unos tres millones de habitantes de Kenya, y unos 4,5 en Etiopía sufrieron la carencia de comida y el impacto de la sequía.
Las malas cosechas, el incremento del precio de los alimentos, y los conflictos políticos son algunas de las causas que refuerzan esta situación. ¿Pero cómo cambiarla?
La introducción de cultivos transgénicos podría ser una solución. El ADN de estos alimentos ha sido modificado por el hombre con la finalidad de obtener variadas ventajas como el aumento de la productividad agrícola, o la mayor resistencia de los alimentos a las inclemencias climatológicas. Disminuiría el uso de fertilizantes y herbicidas, y mejoraría la salud de los agricultores. También minaría las emisiones de gases por los insecticidas, la contaminación del suelo, y los daños a las especies animales que ingiriesen estos productos. Y tal vez un ahorro, eso sí, siempre que quienes invirtiesen en investigación fueran otros países con recursos suficientes para hacerlo, encargándose también de llevar las semillas a los estados en vías de desarrollo. Esto contribuiría a mantener la situación de dependencia del Tercer Mundo. Sin embargo, son más las ventajas que los inconvenientes, sobre todo teniendo en cuenta las previsiones de futuro.
Según la bióloga valenciana Mónica Alandete, directora del departamento de Análisis y Difusión Educativa en la Fundación PIPRA, en el año 2020 las dietas basadas en animales (transgénicos para piensos) aumentarán en un 58%, y en 2050 la demanda de alimentos se incrementará un 70%. También crecerá la de los biocombustibles elaborados mediante productos agrícolas. A las estimaciones hay que sumarles las consecuencias del cambio climático (que tiene una influencia negativa sobre el precio de los alimentos), y el incremento de los costes de producción. Los transgénicos paliarían estas necesidades, pero la realidad es que desde el año 2000 hasta la actualidad, la ODA (proporción oficial de ayudas y donaciones de gobiernos) para agricultura ha descendido notablemente.
Son muchos los países que han vetado la entrada de los transgénicos a su territorio. El 9 de diciembre lo hizo Perú, y de hecho España es el único país de la UE que tolera el cultivo de maíz transgénico en el ámbito comercial. Pero ¿por qué? Las falsas creencias sobre los riesgos para la salud de los consumidores o sobre la contaminación medioambiental son algunos de los motivos. “Pero lo cierto es que hasta la fecha no hay evidencias científicas probadas de que esto se así, y que existen métodos barrera para el problema de la polinización”, asegura Alandete. Ahora bien, cabe destacar que la investigación sobre alimentos transgénicos es relativamente reciente.
Otra de las reticencias es que los agricultores quedarían en manos de las multinacionales que comercian con las semillas transgénicas; y que al salirles más rentables este tipo de cultivo las variedades no transgénicas acabaran por desaparecer. En EUA el 90% de los agricultores ha adoptado los transgénicos, pero todavía es pronto para determinar las consecuencias.
Los alimentos modificados genéticamente suavizarían los niveles de hambruna en el mundo, sí, pero la tarea de llevarlos a los países sub-desarrollados no es fácil. En el caso de África, la desconfianza europea no ayuda a que los gobiernos confíen en ellos. Habría que apostar por informar adecuadamente desde las instituciones correspondientes, por abordar la cuestión desde otro punto de vista. Aunque sólo sea para evitar que, de nuevo, el miedo a un posible enriquecimiento de unas pocas empresas junto con el mal reparto de los recursos, vuelvan a ganarle la partida a la posibilidad de acabar con la muerte y las enfermedades de miles de personas.
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